Los dioses de la mitología griega podían ser generosos con los humanos y dispensarles dones que sobrepasaban sus capacidades naturales. Pero, al mismo tiempo, esos dioses podían mostrarse particularmente crueles y condenarlos a los castigos más despiadados. Con Casandra fueron ambas cosas: le dieron el don de la presciencia, que la capacitaba para ver lo que escondía el futuro y, a la vez, hicieron que sus palabras, por más que ella gritara, suplicara y se desgañitara, no fueran creídas. De ese modo, el don se convirtió en una maldición, tanto más terrible si se tiene en cuenta que la profetisa veía a los suyos lanzarse directamente a la perdición que ella auguraba.
Casandra, la princesa vidente
Casandra era hija del rey Príamo y de su esposa Hécuba. Tenía un hermano gemelo, Héleno, y según refiere una tradición, al poco de nacer ambos se vieron solos en el templo de Apolo Timbreo. Su familia había acudido allí para llevar a cabo unas ceremonias y, llegada la noche, ya fuera por las obligaciones reales con tantos invitados o por el vino consumido en las libaciones de rigor, se olvidaron de ellos.
Cuando, a la mañana siguiente, corrieron a buscarlos, los encontraron plácidamente dormidos mientras una serpiente pasaba su lengua por sus oídos, ojos, nariz y boca. Según se supo más tarde, esas serpientes habían sido enviadas por Apolo, dios entre otras cosas de la adivinación, para purificar los órganos sensibles de esos niños y abrirlos a conocer lo que había más allá de la realidad y el tiempo.
A partir de ese momento, los dos hermanos se convirtieron en profetas. No obstante, lo eran de distinto tipo: Héleno interpretaba el futuro a partir de signos exteriores, como la forma de las vísceras de las reses sacrificadas o el vuelo o los gritos de las aves; en cambio, Casandra solo era capaz de pronunciar sus augurios si entraba en éxtasis, es decir, si era poseída por Apolo.
La maldición divina de Casandra
Hay, sin embargo, otra versión que explica cómo consiguió Casandra el don de la adivinación y cómo este se convirtió en maldición. Según esta tradición, Apolo se enamoró de la joven y quiso hacerla suya. A cambio de que cediera a sus deseos, le prometió enseñarle el arte de la adivinación. Casandra, probablemente intimidada ante una divinidad tan apuesta y brillante como Apolo, aceptó, pero, llegado el momento decisivo, se desdijo.
Poco habituado a ser rechazado, Apolo cogió a Casandra por la cabeza, le abrió la boca con violencia y escupió en ella. Le arrebató así la credibilidad que todo profeta necesita.
Casandra y la guerra de Troya
El alcance de la maldición que pesaba sobre Casandra se puso sobre todo de manifiesto durante la guerra de Troya. Antes, ella ya había alertado a su padre de que, si su hermano Paris viajaba a Grecia, traería la desgracia consigo. Y así fue: en Esparta conoció a la hermosa Helena, la esposa del rey Menelao, y la raptó. La reacción de los principales reyes griegos fue aliarse para vengar esa afrenta.
Casandra se opuso también a que los troyanos entraran el caballo de madera que los griegos habían dejado en su campo. Les advirtió de que era una trampa, de que había guerreros escondidos en su interior y de que, en cuanto llegara la noche, saldrían, abrirían las puertas de la ciudad y la devastarían y anegarían en sangre. Nadie quiso escucharla. Es más, su madre Hécuba no soportaba a esa hija, una loca que, con sus necias palabras, avergonzaba a toda la familia. Su profecía, una vez más, se cumplió.
La última profecía de Casandra
Mientras los griegos incendiaban, saqueaban y masacraban a los troyanos, Casandra buscó refugio en el templo de Atenea. Era un lugar inviolable, pero uno de los griegos que entró en él, Áyax el Menor, no lo consideró así y, atraído por la belleza de la joven profetisa, la violó. La diosa no perdonaría ese sacrilegio: ese Áyax pereció en un naufragio cuando se dirigía a su patria, Lócrida.
En el reparto que los reyes griegos hicieron de las riquezas y supervivientes de Troya, Casandra correspondió a Agamenón, que la convirtió en su concubina. De esa relación nacieron dos hijos, Teledamo y Pélope.
La maldición, sin embargo, persistía y Agamenón no quiso escuchar a Casandra cuando esta le advirtió de que la muerte les esperaba si regresaban a su hogar, Micenas.
Sucedió como había predicho: la misma noche de su llegada al hogar, Agamenón cayó asesinado por su esposa Clitemnestra mientras se bañaba. Poco después y hacha en mano, la reina se dirigió hacia Casandra, que ya la esperaba y no opuso resistencia.