Biografía: un viaje a través de la incertidumbre
Carl Gustav Jung nació en 1875 en Kesswil, un pueblecito suizo. Su padre era pastor luterano, pero albergaba grandes dudas sobre su fe y su matrimonio. Su mujer era ambivalente en sus afectos y fluctuaba entre la euforia y la depresión. De niño, Carl era tímido, fantasioso e introvertido.
Estudió medicina en la Universidad de Basilea. En su tesis doctoral analizó el caso de una joven médium que cambiaba de personalidad durante las sesiones de espiritismo.
Freud le consideró su delfín, pero con los años protagonizaron una ruptura intelectual. Jung afirmó que Freud se había convertido en rehén de sus propias teorías: “Es una figura trágica, pero un gran hombre”.
Jung recorrió el norte de África, la India, Nuevo México y las principales ciudades europeas. Cuando el nazismo llegó al poder, simpatizó con algunas de sus tendencias, como el anticomunismo y el culto por lo legendario, pero no secundó el antisemitismo ni la política bélica. Documentos de la CIA han revelado que desde 1942 colaboró con el espionaje norteamericano.
Al finalizar la guerra, se estableció en Bollingen, cerca de Zúrich, donde en 1923 había comenzado a construir La Torre, un conjunto de chozas agrupadas en círculos. Cada ampliación representaba un nuevo estrato de su personalidad, lo cual acarreaba cambiar constantemente la ubicación de su despacho, al que solo él tenía acceso. Era su mándala, su centro espiritual y simbólico. En el dintel de la puerta principal grabó una vieja enseñanza del oráculo de Delfos: “Invocado o no llamado, el dios está presente”.
Jung falleció el 6 de junio de 1961. En el instante de su muerte, un rayo partió el árbol cuya sombra le había servido para protegerse del sol y la lluvia en infinidad de ocasiones. Era el rincón favorito de su jardín, donde solía leer, escribir, meditar y soñar.
La intuición de Dios
Jung atribuía una enorme importancia a la experiencia religiosa, pero no coincidía con el punto de vista de ninguna iglesia o tradición. La experiencia religiosa es una apertura a lo desconocido, no un dogma.
El ser humano siempre tiende a ir más allá, pero el mundo, con sus límites físicos y temporales, frustra ese empuje, confinándole en lo natural y empírico. Sin embargo, la psique se descompensa si se excluye de su órbita el misterio. Lo trascendente es inexplicable, pero necesario para la salud mental del individuo y la comunidad:
“En épocas más antiguas –escribe Jung–, los llamados neuróticos no se habrían visto disociados de sí mismos, pues se mantenía un estrecho contacto con el mito, la magia y el culto a los antepasados”.
Aunque no sentía ningún aprecio por la teología y las distintas iglesias, consideraba que el hombre era un animal religioso “por naturaleza”, lo cual no significa que identificara a Dios con una deidad externa al mundo. Para Jung, Dios es el nombre que hemos asignado a una especie de mente cósmica que contiene todas las formas de conciencia.
"De una manera u otra somos partes de una sola mente que todo lo abarca, un único gran ser humano."
En colaboración con Wolfgang Ernst Pauli, premio Nobel de Física en 1945 y uno de los fundadores de la mecánica cuántica, Jung intentó sincronizar su interpretación de la psique humana con la microfísica atómica para justificar ciertos fenómenos que parecían irracionales, como la experiencia extracorporal, la precognición, la telepatía, la levitación o el éxtasis místico.
"El encuentro de dos personas es como el contacto entre dos sustancias químicas: si hay alguna reacción, ambas se transforman."
Jung pensaba que la cultura occidental había menospreciado el pensamiento oriental. En la introducción que escribió para el I Ching, libro oracular chino, sostiene que el concepto de causa solo explica lo particular, nunca la totalidad.
Cuando en 1959 un entrevistador de la BBC le preguntó si creía en Dios, contestó: “No tengo necesidad de creer en Dios. Lo conozco”.
Poco antes de morir, justificó sus intuiciones con una confesión sorprendente: “A diferencia de la mayoría de los hombres, mis tabiques son transparentes. Esta es mi peculiaridad. En los demás frecuentemente son tan espesos que no ven nada tras ellos y por eso creen que allí no hay nada. Yo percibo en cierto modo los procesos del inconsciente y por ello tengo seguridad interna”.
Contacto y ruptura con Freud
Jung adquirió experiencia clínica en la clínica Burghölzli. Allí entrevistó a esquizofrénicos, inventando los test de libre asociación, que ayudaban al paciente a verbalizar las pulsiones inconscientes. No tardó en opinar que los delirios debían interpretarse como expresiones de conflictos psíquicos, no como meros síntomas de un desorden biológico.
Estas entrevistas inspiraron su primera obra, Sobre la psicología de la demencia precoz, de la que envió un ejemplar a Freud, que lo había deslumbrado con sus teorías. Comenzó así un intenso y breve “idilio intelectual”.
Después de unos años de colaboración, Jung rechazó que los sueños, los mitos y las obras de arte pudieran reducirse a contenidos sexuales reprimidos. A diferencia de Freud, Carl Jung opinaba que los sueños no pueden traducirse o interpretarse en un solo sentido. Pueden expresar deseos sexuales reprimidos, pero también premoniciones, conflictos de identidad, deseo de afirmación del yo, creencias míticas o religiosas. Su contenido desborda la razón y el lenguaje. Por eso, deben abordarse en clave simbólica.
Los sueños desempeñan una función compensatoria que contribuye a mantener nuestro equilibrio.
Tampoco aceptó que el origen de la neurosis se hallara en la infancia, pues a veces era producto de conflictos de adultos, y objetó que el complejo de Edipo no expresaba un deseo sexual, sino el anhelo de reinventarse como ser autónomo e independiente.
Freud interpretó la discrepancia como “el asesinato del padre” que acontece en la relación trasferencial y, según algunos, experimentó desmayos y pesadillas, atormentado por la insubordinación de su “príncipe heredero”.
Carl Jung continuó su camino en solitario, alumbrando su método terapéutico: la “psicología analítica”. Descartó el diván, que establecía una relación asimétrica, y la transferencia, que le parecía “degradante” para el paciente y “peligrosa” para el analista. La sesión debía discurrir como una conversación normal y la terapia no debía exceder los tres años.
Inconsciente personal e inconsciente colectivo
La gran aportación de Jung consistió en descubrir el inconsciente colectivo. En la estructura de la psique, hay un inconsciente personal, donde se conserva y agita todo lo que la conciencia quiere reprimir y silenciar, y un inconsciente colectivo, que contiene la memoria biológica de la especie.
El inconsciente “es idéntico en todos los hombres y constituye un substrato psíquico común, de naturaleza suprapersonal. Abarca una masa indescriptible de estratificaciones depositadas en el curso de la vida de nuestros antepasados. Contiene uno o dos millones de años de evolución”.
El inconsciente colectivo está poblado por arquetipos. No son símbolos o imágenes heredadas, sino estructuras vacías e innatas que representan las vivencias cruciales de nuestra especie: la imagen del padre y de la madre, de uno mismo, la relación entre los sexos, la figura del héroe, del sabio, del embaucador. Los arquetipos se manifiestan en los sueños, pero también en la mitología, el arte y las tradiciones religiosas.
El Sí-mismo (Selbst) es el arquetipo central del inconsciente colectivo. Expresa la totalidad del ser humano, su “yo consciente” y su “psique inconsciente”. La personalidad individual se forja con la interacción entre esas dimensiones.
Jung se inspiró en el yin y el yang del taoísmo, conceptos que reflejan la dualidad de todo lo existente. El Sí-mismo se representa simbólicamente mediante la mándala. Los arquetipos no son unidimensionales, ni algo individual y concreto, sino un conjunto de significados. Por eso, el Sí-mismo también es el arquetipo de la divinidad y la ley moral universal.
El Yo es el arquetipo complementario del Sí-mismo. Comprende la dimensión interna de la psique y el mundo externo en su aspecto físico y sociocultural. El Yo es el mediador entre lo interior y lo exterior. Posee una voluntad libre, autónoma, que se canaliza mediante el lenguaje, la memoria y la imaginación. Se podría decir que el Yo es la función consciente del Sí-mismo.
La estructura de la personalidad y los arquetipos
A partir de este eje bidimensional, surgen los tres arquetipos que estructuran la personalidad: la Persona, el Alma y la Sombra.
- La Persona es nuestra “máscara social”, la parte que hacemos visible.
- El Alma es nuestro modo de ser más íntimo y profundo. Es inconsciente y se desdobla en anima y animus.
- En el hombre, el anima es la imagen de la mujer, el eterno femenino.
- En la mujer, el animus es la imagen del hombre, lo masculino.
- En ambos se percibe al otro sexo como algo fascinante y aterrador.
- La Sombra representa los sentimientos más oscuros e inaceptables, el tabú, lo prohibido y reprobado. Es esa dimensión tenebrosa que identificamos con el mal y nos produce culpabilidad, pues nos seduce y atrae.
El Héroe es el arquetipo que expresa la lucha contra la Sombra. Es el salvador, el guía y el redentor. Jung cita como ejemplo a los héroes de la mitología grecorromana, pero considera que ninguno puede compararse con Buda y Cristo. El Héroe siempre es tutelado y orientado por el arquetipo del Sabio, y soporta la amenaza del Embaucador. Si nos fijamos en Cristo, Yahveh dirige sus pasos y Satanás intenta confundirlo.
No hay un número definitivo y cerrado de arquetipos. Jung consideraba imposible realizar una lista exhaustiva de los contenidos del inconsciente colectivo, pues es un territorio con grandes zonas inexploradas.
Ocho tipos de personalidad
Sigmund Freud hablaba de libido. Jung transforma esa fuerza en “energía psíquica”.
Estructurada por las experiencias del inconsciente colectivo y los arquetipos ancestrales, la energía psíquica se escinde en dos actitudes predominantes: la extraversión y la introversión. La extraversión suele reflejar la aceptación de los convencionalismos sociales y el anhelo de éxito social y laboral. La introversión se caracteriza por la introspección y la reserva. El concepto de éxito es diferente, pues depende de metas interiores.
Estas dos actitudes se combinan con las funciones racionales (pensar y sentir) e irracionales (percibir e intuir), produciendo ocho tipos de personalidad.
¿En qué tipo sientes que encajas?
Carl Jung definió ocho tipos de personalidad combinando nuestras actitudes y funciones. Estas son sus características principales.
- Reflexivo extravertido. Su visión de la realidad se basa en la experiencia objetiva. Son personas que solo creen en la información que les proporcionan los sentidos. Se identifican con el modelo social dominante. Su forma de ver la realidad implica cierta intolerancia, pues consideran irracionales la fantasía, la imaginación y la intuición. Sería recomendable que ampliaran su perspectiva, aceptando que la realidad no se agota en certezas y evidencias.
- Reflexivo introvertido. Son propensos a deformar la realidad fundándose solo en sus propias impresiones. No atienden a los estímulos que les llegan del exterior y no prestan atención a los sentimientos ni a la intuición. Inflexibles, la poca percepción de las intenciones ajenas les hace vulnerables a la manipulación. Se les considera inadaptados, pero en una relación íntima, su fragilidad interior acaba inspirando ternura. Su calidad de vida mejoraría si le concedieran más crédito a lo emocional e intuitivo.
- Sentimental extravertido. Son personas que se dejan llevar por los acontecimientos sin reflexionar sobre su causa y origen. Son excesivamente emotivos y reacios al pensamiento abstracto. Expresan abiertamente sus sentimientos y poseen bastante empatía. Su personalidad se enriquecería con un talante más reflexivo que les permitiera ir más allá de las apariencias. Sería conveniente que moderaran su espontaneidad hasta conocer mejor a su interlocutor.
- Sentimental introvertido. Son incapaces de exteriorizar sus afectos y aversiones. Melancólicos, reservados, misteriosos, intentan pasar desapercibidos. Su indiferencia hacia el mundo exterior fomenta su tendencia al aislamiento. Carecen de habilidades sociales y casi nadie comprende su forma de ser. Su autoestima crecería notablemente si liberaran sus emociones, expresando lo que sienten.
- Perceptivo extravertido. Se guían por la percepción sensorial. Están apegados a las realidades tangibles y buscan sin cesar estímulos externos. Aparentemente, son alegres y vitalistas. Suelen ser víctimas de abusos emocionales, lo cual propicia que desarrollen sentimientos de rencor y venganza. Es bueno buscar estímulos, pero hay que profundizar en cada experiencia. El resentimiento solo desaparece cuando se despliegan precauciones razonables, evitando ser heridos sin necesidad.
- Perceptivo introvertido. Su interpretación de la realidad y las relaciones interpersonales es excesivamente subjetiva. Viven en un mundo irreal, forjado por su fantasía. A menudo son modestos y callados. Su visión de las cosas solo se hará más objetiva y realista escuchando a los demás y contrastando opiniones.
- Intuitivo extravertido. Suelen ser optimistas, pero inconstantes. Nunca acaban sus proyectos, aunque generan muchas expectativas con sus iniciativas. Con una moral propia, carecen de empatía. Sus dotes de liderazgo son asombrosas, pero su inestabilidad tiende a provocar situaciones indeseables. Su optimismo y ambición adquirirían una dimensión más positiva con tenacidad y empatía. El liderazgo es una responsabilidad que exige una visión clara de los objetivos y un espíritu constructivo.
- Intuitivo introvertido. Son soñadores, creativos, místicos y apasionados hasta el fanatismo. Inestables en sus relaciones interpersonales, viven en un mundo subjetivo. Son percibidos como seres enigmáticos. Si conocieran sus emociones, sus relaciones con los demás serían menos inestables. Ser enigmático puede ser seductor, pero crea unas distancias innecesarias que no ayudan a establecer lazos de afecto perdurables.
¿Qué nos puede aportar Jung hoy?
Una visión del individuo y la realidad que desafía al pensamiento científico, señalando la necesidad de integrar en nuestras vidas lo mágico, misterioso y sobrenatural. No debemos menospreciar la visión de la realidad de otras culturas. La ciencia no es la única llave y, en cualquier caso, no puede eliminar la incertidumbre.
Vivir es aceptar el riesgo, lo incomprensible, lo pasional e intuitivo. No nos conviene contemplar la existencia desde fuera, como algo lejano y ajeno. Esa forma de estar en el mundo es insatisfactoria y estéril.
“La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir”, escribió Jung.
Podemos decir que este fue su lema vital. Su vida y su obra nos invitan a convertir nuestra existencia en una aventura, desterrando el miedo y el conformismo: "Yo no soy lo que me sucedió, yo soy lo que elegí ser".