Para los antiguos griegos, los sueños escondían mensajes a veces difíciles de interpretar, a veces engañosos, pero que no había que desestimar. Morfeo era el dios griego encargado de sugerir esos sueños, en algunos de los cuales llegaba a introducirse bajo forma humana.
Para los mortales que pueblan la Tierra, la vida sería mucho más dura si no contaran con unas horas en las que pierden conciencia de todo y cuerpo y alma pueden liberarse de preocupaciones y rendirse a un más que merecido descanso. El responsable de que eso sea así es Hipnos, el Sueño, un dios que no actúa solo, sino que lo hace acompañado de la vasta progenie nacida de su unión con Nix, la Noche: los mil Oniros o personificaciones de los sueños. El más importante de ellos es Morfeo.
DIos Morfeo, uno de los mil hijos del Sueño
Al igual que sus hermanos, Morfeo vivía en una caverna del Érebo, la personificación de la Oscuridad y la Sombra, que se hallaba en el extremo occidental del Océano. Desde allí, los Oniros partían cada noche para llevar sus sueños a los humanos. Lo hacían a través de dos puertas: una, de marfil, daba salida a los sueños falsos; la otra, de cuerno, a los verdaderos.
Dotado de alas que le permitían alcanzar el confín del mundo en un instante y sin hacer ruido, Morfeo era quien lideraba ese grupo, pues él era el encargado de inducir los sueños a quienes dormían.
A esa facultad unía otra no menos estimable: si otros de sus hermanos eran capaces de transformarse en fieras, serpientes y aves, o en tierra, piedra, agua o árbol, Morfeo era diestro en imitar los andares, facciones e incluso el timbre de voz de los humanos.
El dios Morfeo envía mensajes a través de los sueños
Esa cualidad permitía a Morfeo introducirse en los sueños y aportar consuelo o, incluso, algo de felicidad cuando su aspecto coincidía con el de alguna persona querida por el durmiente. A veces, eran los dioses quienes recurrían a esa facultad suya para transmitir, a través del sueño, un mensaje.
El mito más famoso en el que aparece Morfeo tiene que ver precisamente con ese papel de mensajero onírico. Trata de la historia de Alcíone, una joven cuyo esposo Ceix había abandonado el hogar para consultar un oráculo. Ceix no llegó muy lejos, pues murió ahogado cuando la nave en la que viajaba se vio sorprendida por una tempestad. Mas, ignorante de ese hecho, Alcíone se acercaba cada día a la orilla del mar a esperar el regreso de su esposo.
Al final, pasó tanto tiempo que la desesperación hizo mella en ella y los dioses, conmovidos por su amor, decidieron que Morfeo le transmitiera la fatal noticia.
Así lo hizo Morfeo: tomó la forma de Ceix, pero pálido y sin ropas, todo él empapado, y de esa guisa se introdujo en el sueño de Alcíone para anunciarle su muerte. Tan convincente resultó ser, que ella creyó que la propia sombra de su esposo era la que la visitaba.
Morfeo y los sueños curativos
La facultad de transmitir mensajes a través de los sueños dio a Morfeo un papel esencial en los santuarios dedicados a Asclepio, el dios de la medicina y la curación.
En esos santuarios se practicaba una técnica conocida por el nombre griego de enkoimesis (“dormir en el templo”) o el latino de incubatio, que consistía en que el enfermo, después de haber cumplido toda una serie de rituales de purificación, donaciones y oraciones a Asclepio, se acostara en el pórtico del templo. Allí, Morfeo le haría caer en el sueño y, en colaboración con Asclepio, le sugeriría los remedios que debía seguir para alcanzar la curación.