Más conocido por el nombre que le daba la mitología romana, Hércules, Heracles solo fue dios una vez murió. Antes fue el más grande de los héroes griegos y, probablemente, también el más sufrido. Y todo por la inquina de Hera, cuyo odio por los hijos que su esposo Zeus tenía fuera del matrimonio escapaba a toda medida.
Heracles, hijo de Zeus
Heracles fue el fruto del amor que Zeus sintió por la mortal Alcmena, esposa de Anfitrión. Aprovechando la ausencia de este, Zeus tomó su forma y yació con ella durante una noche que ordenó que fuera mucho más larga de lo normal, para así aprovecharla al máximo.
A la mañana siguiente, regresó el auténtico Anfitrión, quien también se unió a su esposa. Alcmena concibió así dos hijos, uno de Zeus, Heracles, y otro de Anfitrión, Ificles. El primero, no obstante, no se llamaba aún así: su auténtico nombre era Alcides; el de Heracles, que significa “gloria a Hera”, le sería impuesto más tarde, cuando el héroe se convertiría, a su pesar, en servidor de la diosa.
Heracles: un héroe fuerte desde la cuna
Que Heracles era diferente no solo a su hermano, sino a cualquier otro niño quedó puesto de manifiesto ya en la misma cuna: Hera introdujo en ella dos serpientes para matar a ambos hermanos, pero Heracles, lejos de asustarse, las cogió y liquidó como si de un juego se tratara.
Fue la primera demostración de que se había hecho realidad el deseo de Zeus de que ese hijo suyo gozara de una fuerza sobrehumana que, ya adulto, le permitiera limpiar el mundo de males.
Heracles y el nacimiento de la Vía Láctea
Heracles y Hera son también los protagonistas de un mito que narra el nacimiento de la Vía Láctea.
Fue Hermes, el mensajero de los dioses, quien acercó al niño, aún lactante, al pecho de Hera para que lo amamantara. La diosa así lo hizo, mas, cuando conoció la identidad del pequeño, lo arrojó lejos de sí. El reguero de leche que salió de su pecho formó la Vía Láctea.
El carácter incontrolable de Heracles
El gran problema de Heracles era que su insólita fuerza podía volverse incontrolable por culpa de su carácter iracundo, indisciplinado e impaciente.
El músico Lino, uno de sus maestros lo pagó caro: un día que le reprochó su falta de constancia y aplicación, Heracles lo mató estrellándole un taburete en la cabeza.
Hera supo aprovechar esa debilidad: un día, cuando Heracles estaba felizmente casado con la princesa tebana Mégara y era padre de una numerosa prole, nubló su juicio de tal modo que acabó exterminando a todos sus hijos.
Los doce trabajos de Heracles
Para purgar ese crimen, Heracles hubo de ponerse al servicio del rey Euristeo de Micenas. Este, alentado por Hera, le impuso doce trabajos a cuál más peligroso, con la esperanza de que el héroe sucumbiera en alguno de ellos.
El primero de esos trabajos fue exterminar a un espantable león que asolaba la región de Nemea. No solo lo mató, sino que se vistió con su piel y usó su cabeza como casco.
A continuación, acabó con la hidra de Lerna, un monstruo de entre nueve y cien cabezas que vomitaban fuego. Cortar una no servía de nada, pues se regeneraba al instante, por lo que Heracles cogió a la bestia y la lanzó a una pira, donde se quemó.
Los tres siguientes trabajos consistieron también en limpiar el mundo de terribles alimañas: el jabalí de Erimanto, la cierva de Cerinia y las aves del lago Estinfalo.
Cumplidas esas misiones, Heracles hubo de limpiar los establos del rey Augias, que rebosaban cantidades ingentes de estiércol. Para ello, el héroe desvió dos ríos que arrasaron con todo. Luego marchó a Creta para hacerse con un toro que causaba estragos y, de ahí, a Tracia para robar los caballos del rey Diomedes, famosos por alimentarse de carne humana.
No fue el único robo que Heracles hubo de acometer por orden de Euristeo: otros fueron el del cinturón de la reina de las amazonas, Hipólita; los maravillosos bueyes de Geriones, y las manzanas de oro del jardín de las Hespérides. La lista de los doce trabajos se completa con la captura del can Cerbero, el monstruoso perro que guardaba los infiernos.
Otros mitos sobre Heracles
Heracles es protagonista de muchos otros mitos. Uno de ellos refiere cómo salvó a la hija del rey de Troya de ser devorada por un monstruo marino y cómo, lleno de ira porque los troyanos se negaban a pagarle lo convenido, destruyó la ciudad.
Otro mito es el de Onfale, una reina a la que Heracles hubo de servir en castigo por otro asesinato provocado por su impulsividad. Durante los tres años que pasó al servicio de la reina, Heracles se vio obligado a vestir ropas femeninas y a hacer trabajos domésticos propios de mujeres. Ella, mientras tanto, vestía la piel del león de Nemea.
Transcurrido ese tiempo, Heracles y Onfale contrajeron matrimonio.
Heracles, de héroe a dios
Todos estos mitos hablan de un héroe, no de un dios. Heracles solo alcanzó la divinidad a su muerte.
Por entonces estaba casado con Deyanira, hija del rey de Calidón. Un día en que viajaban juntos, un centauro llamado Neso intentó raptarla. Heracles lo mató con sus flechas envenenadas con la sangre de la hidra de Lerna, pero el centauro tuvo tiempo de decirle a la princesa que tomara su sangre y la usara como filtro mágico para que su esposo la amara siempre. Así lo hizo Deyanira, quien untó una de las túnicas de Heracles con la sangre de Neso, sin saber que estaba envenenada.
El día en que Heracles se puso esa túnica, empezó a sentir que la piel le abrasaba. La túnica se había pegado a ella de tal modo, que era imposible arrancarla.
Incapaz de resistir ese sufrimiento, el héroe hizo levantar una pira a la que, una vez encendida, se arrojó. Su cuerpo ardió así y liberó su espíritu, que ascendió al Olimpo.
Allí, Heracles fue recibido por su padre Zeus, quien convenció al resto de olímpicos de que lo aceptaran en la asamblea divina. Todos aceptaron, incluida Hera. La reconciliación con esta quedó sellada con el matrimonio del nuevo dios con una de las hijas de Zeus y Hera, Hebe.