Biografía
Una vida llena de viajes, guerras y de exilios no detuvieron el propósito de Maria Montessori: lograr que los niños desarrollaran todo su potencial en libertad y rodeados de respeto, cariño y materiales pensados a su medida.
Maria Montessori nació el 31 de agosto de 1870 en un pueblecito de la provincia de Ancona en el Este de Italia. Curiosamente, como otras renovadoras de la pedagogía y la psicología infantil fue hija de un padre estricto, un militar católico que quería que fuera maestra.
“La única disciplina verdadera es la de uno mismo.”
Pero Maria estudió ingeniería y biología, y después consiguió convertirse en la primera mujer doctorada en medicina en su país, a pesar de que la Universidad de Roma nunca había admitido mujeres en esa carrera.
Comenzó a trabajar en la propia universidad, como ayudante en el Departamento de Psiquiatría y, tras una fracasada relación con uno de sus profesores – con quien tuvo a su hijo Mario–, se afilió al movimiento feminista al que representó en los congresos celebrados en Berlín y Londres.
Un experimento que cambió su vida
En 1901 se produciría un acontecimiento clave en su vida: le encargaron dirigir una clínica para niños deficientes mentales. Allí Maria decidió aplicar un método experimental basado en los trabajos de dos médicos franceses y el pedagogo suizo Pestalozzi. Y logró que ocho de los niños ingresados aprobaran el examen normal de lecto-escritura. A su alrededor, aquello se consideró un milagro, pero la reflexión de Maria fue otra: si estos niños podían conseguir ese nivel, ¿qué estaba pasando con los niños normales?
“En tanto que todo el mundo admiraba el progreso de mis niños discapacitados, yo buscaba las razones que mantenían a los niños de las escuelas comunes y corrientes en un nivel tan bajo, que ¡podían ser igualados en los exámenes de inteligencia por mis desafortunados alumnos! Llegué a convencerme de que métodos similares aplicados a niños normales, desarrollarían o liberarían su personalidad en una forma sorprendente y maravillosa”.
Decidió entonces dedicar su vida a los niños. Y siguió su formación: psicología, pedagogía, antropología y filosofía.
En 1907 llegó el momento de llevar a la práctica sus ideas: la Casa dei Bambini (Casa de los Niños). En un barrio pobre y analfabeto de Roma, con la ayuda de dos colaboradores sin formación pedagógica, y por tanto sin prejuicios, transformó un centro de control para niños problemáticos en el centro de investigación en el que desarrolló su método.
Desarrollo y difusión del Método Montessori
Lo describió dos años después en su primer libro El método de la pedagogía científica.
Empezaron después años de viajes para difundir su método, en Estados Unidos con el apoyo de Graham Bell y Thomas Edison pero con las críticas de parte de los ambientes académicos. Maria también continuó su labor en Europa.
Publicó otro libro clave: La autoeducación en la escuela primaria; fundó en Italia la Real Escuela del Método Montessori y en 1929 la Asociación Internacional Montessori (AMI), que ha guardado su legado hasta la actualidad.
También fueron años de exilios continuados por guerras y problemas políticos. Empezaron cuando Maria se dio cuenta de que Benito Mussolini pretendía utilizar su método para adoctrinar a los niños y lo expresó públicamente. Mussolini ordenó cerrar todas sus escuelas y Maria tuvo que marcharse de Italia.
“Nadie puede ser libre a menos que sea independiente.”
Lo mismo sucedería en Alemania en 1934. Con 64 años se exilió a Barcelona hasta que en plena guerra civil debió marcharse de nuevo, ahora a Holanda. El destino la llevó a la India y quedó atrapada por la segunda guerra mundial. Allí desarrolló comunidades infantiles como alternativa a las guarderías.
En 1949 regresó a Holanda y publicó La mente absorbente, otro de los ingredientes fundamentales de su método. Y llegó la hora de su reconocimiento a nivel internacional: la Legión de Honor en Francia, un doctorado Honoris Causa de la Universidad de Ámsterdam y tres propuestas para recibir el Premio Nobel de la Paz.
Un cambio radical de paradigma en la pedagogía
La esencia de su revolución fue que no pensó en la escuela como un lugar en el que un maestro transmite conocimientos; sino como un lugar donde la inteligencia y la mente de los niños se desarrolla mediante el trabajo libre con el uso de materiales especiales que proporcionan conocimientos de modo sistemático y autónomo.
Un lugar en el que cada niño trabaja a su ritmo pero donde existen unas relaciones de ayuda mutua y el educador ejerce de guía. Un lugar en el que no existe la competencia sino el respeto y la valoración de los logros de cada uno, y en el que los errores se consideran parte del aprendizaje.
Un lugar en el que se educa para la vida, en el que no se modela a los niños –a los que Maria Montessori consideraba “la esperanza de la humanidad– sino que se educa en libertad cultivando su capacidad de enfrentar los problemas, incluso los más graves, como la guerra o la paz.
“Si verdaderamente consideramos que la educación es el desarrollo de las posibilidades latentes, en vez de usar la palabra educación, deberíamos adoptar otra: cultivar.”
Así sintetiza Montessori su método:
“El niño, con su enorme potencial físico e intelectual, es un milagro frente a nosotros. Este hecho debe ser transmitido a todos los padres, educadores y personas interesadas en niños, porque la educación desde el comienzo de la vida podría cambiar verdaderamente el presente y el futuro de la sociedad.
Tenemos que tener claro, eso sí, que el desarrollo del potencial humano no está determinado por nosotros. Solo podemos servir al desarrollo del niño, pues éste se realiza en un espacio en el que hay leyes que rigen el funcionamiento de cada ser humano y cada desarrollo tiene que estar en armonía con todo el mundo que nos rodea y con todo el universo”.
Más que un método sistemático, se trata de una filosofía de vida, una forma de contemplar a los niños basada en la confianza que se tiene en sus capacidades y el conocimiento y respeto de sus necesidades. Se trata pues de liberar el potencial de cada niño mediante el trabajo libre y su finalidad última es la autonomía intelectual, moral y social.
Elementos que componen el Método Montessori
Destacan cuatro elementos fundamentales en su método.
Los ambientes preparados
En una escuela Montessori, los niños tienen libertad de movimientos y elección de actividades, pero dentro de una serie de ambientes preparados cuidadosamente en relación con sus necesidades de modo que se fomente el autoaprendizaje y, más adelante, las relaciones sociales y emocionales. Se trata de espacios armónicos, cálidos, caracterizados por el orden y la belleza, con elementos como plantas, música, libros y objetos artísticos.
Los materiales sensoriales se utilizan en el primer periodo, hasta los seis años. Están agrupados según los sentidos: materiales culinarios para el gusto y el olfato, diversas formas, texturas y temperaturas para el tacto, materiales con diversidad de colores, dimensiones, volúmenes y formas para la vista, y otros basados en sonidos y música para el oído.
Los materiales didácticos se usan posteriormente adaptados a las diferentes áreas. Todos tienen unas características clave: son manipulables, proporcionados a las dimensiones del niño y diseñados de tal modo que cada uno responde a un propósito determinado. La gracia es que el propio niño descubre los errores que comete en su manipulación.
Las cuatro áreas básicas son:
- El área de la vida práctica, que ayuda a desarrollar la coordinación, la concentración, la independencia, el orden y la disciplina.
- El área sensorial para el desarrollo y afinamiento de los cinco sentidos.
- La lecto-escritura, que también comienza desde lo sensorial, desde la coordinación ojo-mano y muscular, el sentido de la lateralidad y el trabajo de psicomotricidad gruesa y fina. Por ejemplo, repasando con el dedo formas de letras antes de pasar al lápiz.
- El área de las matemáticas, que también tiene una base sensorial, asociando números a cantidades y yendo de lo concreto a lo abstracto.
La mente absorbente
El segundo pilar del método desarrollado por Montessori es la confianza firme en la capacidad ilimitada que tienen los niños para absorber conocimientos y para descubrir el mundo por sí mismos. Esos conocimientos se adquieren al principio de modo inconsciente y poco a poco van haciéndose conscientes.
“El niño, con su enorme potencial físico e intelectual, es un milagro frente a nosotros.”
Montessori consideraba que a los cinco años el 80% de cerebro estaba ya formado, de ahí la importancia de todo lo que se haga en estos años de gran plasticidad cerebral.
El periodo sensible
A través de la observación sistemática de niños y niñas Montessori descubrió que existen unos momentos en los que ellos muestran una sensibilidad especial y, por tanto, una mayor facilidad para adquirir determinados tipos de conocimientos. Y utilizó estos momentos para organizar y distribuir los grupos de trabajo y los materiales.
Determinó siete periodos que denominó “sensibles”. Agrupados por edades serían estos: 0-3, 4-6, 7-9, 10-12, 13-15, 16-18 y 19-21 años. En la etapa inicial desde el nacimiento hasta los seis años –que Montessori consideraba la más importante– predomina la mente absorbente, que ella comparaba con una esponja ilimitada; la siguiente etapa, hasta los doce años, es la etapa de la imaginación, el razonamiento y la memoria; entre los 12 y los 18 se desarrolla la personalidad social del adolescente; y finalmente, denominaba etapa de vida real a la que va de los 18 a los 24.
El rol del adulto
Su papel es hacer de guía y su función principal es observar, interviniendo solo cuando es absolutamente necesario y estando solo al servicio de los niños, cultivando su humildad, su respeto y su amor en una comunidad de aprendizaje y apoyo mutuo. Para Maria Montessori los adultos debemos volver al niño que éramos para entender sus mensajes, empatizar, escuchar lo que nos dice su maestro interior.
“Cuando un niño se siente seguro de sí mismo, deja entonces de buscar la aprobación de los adultos a cada paso.”
El lenguaje de las emociones es el lenguaje de los niños: porque la emoción confiere significado y ayuda a descifrar lo que nos quiere comunicar, prescindiendo de nuestros patrones establecidos.
Los mandamientos de los niños felices
Paradójicamente, la filosofía de la autoeducación exige un importante rol a los maestros y a los padres: su apoyo, orientación y cuidados son fundamentales para educar a niños felices, adultos autónomos y buenas personas. Maria concentró su filosofía en una especie de mandamientos dirigidos a los padres y maestros:
Los niños aprenden de lo que les rodea.
Si criticas mucho a un niño, aprenderá a juzgar.
Si lo elogias con regularidad, aprenderá a valorar.
Si se le muestra hostilidad, aprenderá a pelear.
Si se es justo con el niño, aprenderá a ser justo.
Si se le ridiculiza con frecuencia, será tímido.
Si crece sintiéndose seguro, aprenderá que puede confiar en los demás.
Si se denigra al niño con frecuencia, se desarrollará en él un malsano sentimiento de culpa.
Si se es condescendiente con él, aprenderá a ser paciente.
Si sus ideas son aceptadas con regularidad, aprenderá a sentirse bien consigo mismo.
Si se le alienta en lo que hace, ganará seguridad en sí mismo.
Si vive en una atmósfera amigable y se siente necesario, aprenderá a encontrar amor en el mundo.
No hables mal de tu hijo, ni cuando está cerca, ni cuando no lo está.
Concéntrate en el desarrollo de lo bueno del niño de tal manera que no quede lugar para lo malo.
Escúchale siempre y respóndele cuando se acerque con una pregunta o un comentario.
Respeta a tu hijo aunque haya cometido un error. Lo corregirá ahora o quizá un poco más adelante.
Ayúdalo a asimilar lo que antes no había podido asimilar.
Llena el mundo que lo rodea de cuidado, discreción, silencio y amor.
Cuando te dirijas a tu hijo, hazlo de la mejor manera. Dale lo mejor que hay en ti.