Biografía e influencias
Rogers nació en 1902 en Illinois, Chicago. Se incorporó tarde a la escuela, pues sus padres lo educaron en casa, respetando su curiosidad y su temperamento independiente. Tras realizar estudios de agricultura y teología, que no completó, se licenció en Psicología clínica por la Universidad de Columbia en 1931.
Un viaje a Pekín le reveló que la cultura oriental era más intuitiva y plástica que la occidental. También descubrió que el conocimiento de lo diferente nos enriquece, ayudándonos a superar prejuicios y dogmatismos.
Fascinado por el existencialismo y las teorías del psicoanalista Otto Rank, que describe la personalidad como un creativo proceso de individualización, empezó su carrera de profesor universitario, ejerciendo en Ohio, Chicago y Wisconsin.
Desilusionado por la rigidez académica, acabó sus días como investigador independiente fundando el Centro para el Estudio de la Persona y el Instituto a favor de la Paz. En su obra más importante, Psicoterapia centrada en la persona (1951), estableció las bases de la Psicología humanista.
Necesidades para el desarrollo humano
Carl Rogers entendía que en la conciencia del hombre late el impulso de desarrollar sus potencialidades hasta el límite de lo posible. No es algo meramente humano, sino un impulso cósmico que explica el devenir de la naturaleza. Todo está lleno de vida. La melancolía, la ira y la desesperación brotan cuando surgen barreras que frenan o impiden el crecimiento.
La creación de vínculos
Todos necesitamos metas, pero sin los otros no podremos realizarlas. Somos personas, no individuos; seres sociales, no solitarios depredadores. Los vínculos son imprescindibles para la vida y la felicidad.
Un bosque teje una red de relaciones mucho más amplia que un pequeño campo de maíz. Ante una catástrofe, tiene más posibilidades de sobrevivir y regenerarse. En el caso del ser humano, el bosque se corresponde con su modelo de sociedad. Si el modelo social y cultural se convierte en una estructura perjudicial y asfixiante, la persona enferma y, a largo plazo, muere.
La selección natural no es una áspera lucha por la vida, sino un largo proceso hacia el equilibrio y la dicha. Nuestros sentidos trabajan con nuestra inteligencia para satisfacer nuestras necesidades y resolver nuestros conflictos.
La autoestima, necesaria para una vida plena
Carl Rogers apunta que es imposible llevar una vida plena sin una visión positiva de la existencia y una percepción positiva de uno mismo. Sin autoestima, se desemboca en el desamparo y la impotencia.
Pero la autoestima no debe depender de la adaptación a un determinado modelo cultural. Si cumplimos las expectativas de una sociedad represiva y alienante, podemos disfrutar de reconocimiento, sin duda, pero no de verdadera felicidad interior.
La auténtica felicidad únicamente puede brotar de la gratificación producida por obrar conforme a nuestro verdadero yo, que no debe confundirse con un yo idealizado que siempre nos producirá frustración, pues jamás estaremos a la altura de esa imagen hiperbólica.
El verdadero yo es otra cosa: es la identidad que creamos mediante decisiones libres, flexibles y realistas. Si nos dejamos esclavizar por el “yo debería ser”, surgirá la neurosis, con su catálogo de respuestas inadecuadas: negación, evitación, distorsión y, en los casos de mayor gravedad, psicosis. La incongruencia entre el “yo verdadero”, sano y equilibrado, y el “yo ideal”, hipercrítico y descompensado, produce una elaboración onírica que escinde a la persona de la realidad.
Un yo sano se caracteriza por la apertura a lo nuevo, la confianza en sus posibilidades, la empatía hacia los otros, la libertad y la creatividad ante el presente, el pasado y el futuro. El yo siempre debería ser una síntesis de lo inmediato, lo vivido y lo proyectado. Esa actitud se llama “congruencia” y es el punto hacia el que debemos tender.
Una filosofía educativa
Es el padre de la enseñanza no dirigida, basada en un clima de libertad que promueve espontaneidad, empatía y autenticidad. El niño tiene un deseo natural de aprender y una creatividad innata. El aprendizaje no debe ser impuesto, sino un proceso libre y fluido en un clima de confianza y cooperación. La motivación se esfuma si los materiales educativos no responden a las demandas del “yo auténtico”, con metas e iniciativas propias.
"Cuando una persona advierte que es amada por ser como es y no por lo que pretende ser, siente que merece respeto y amor."
La inteligencia es múltiple. Cada niño traza su camino e intenta llegar lo más lejos posible. El papel del educador no es enseñar ni evaluar, sino facilitar el aprendizaje.
Nunca me sentí dirigido por Isidoro, sino confortado y apreciado. Inicié un camino interrumpido por su jubilación, pero que yo he recorrido más tarde, sin caer en la ilusión de haberlo completado. Mi “yo auténtico” aún se retrae en ambientes hostiles o poco cálidos. El deseo de no ser rechazado me hace actuar de forma “incongruente”, lo que me causa infelicidad y pérdida de autoestima. Estoy callado y abatido. Sin embargo, otras veces decido ser yo mismo, pese a quien pese, y me siento más libre, más auténtico.
Pienso que Carl Rogers no inventó la “terapia del amiguete”, sino un espacio de libertad y curación donde dos personas se abren y se escuchan mutuamente, experimentando el alivio que produce la cercanía, el afecto y una introspección sincera, no guiada ni condicionada.