Un relato breve de Tolstoi cuenta que un zar enfermó gravemente y, tras fracasar todos los tratamientos conocidos, de la mano de médicos, magos y curanderos de todas partes del globo, un trovador se atrevió a proponer:

—Yo sé el remedio: la única medicina para vuestros males, Señor. Sólo hay que buscar a un hombre feliz: vestir su camisa es la cura a vuestra enfermedad.

Aferrándose a esa última posibilidad, los emisarios del zar buscaron a un hombre feliz en todas partes, pero quien tenía salud echaba en falta el dinero, carecía de amor o se quejaba de unos hijos ingratos.

Cuando por fin tuvieron noticia de un hombre verdaderamente feliz, el hijo mayor del zar ordenó:

—Traed prestamente la camisa de ese hombre. ¡Ofrecedle a cambio lo que pida!

Los soldados trataron de cumplir con su cometido para curar a su gobernante, pero había un problema: el hombre feliz no tenía camisa.

La felicidad no está en la cantidad

Esta fábula nos recuerda que no es más dichoso quien más tiene, sino quien menos necesita. Y, ya que hablamos de camisas, ¿para qué tener en el armario diez de ellas si solo hay dos que nos ponemos, porque nos hacen sentir cómodos? ¿No es mejor cultivar un par de amistades excelentes que desgastarnos con decenas de relaciones que no nos nutren?

Poco y bueno es mejor que mucho y sin sentido. Cuantos más frentes abiertos, más batallas se pierden.

La máxima del márquetin de que la escasez crea valor es también aplicable a nuestra vida cotidiana. Tener pocos focos en los que poner nuestra atención y amor nos facilita la vida y crea espacio y tiempo para la felicidad.

Menos es más felicidad 

Se cuenta que Diógenes, el filósofo que vivía en una tinaja, tenía un cuenco como única posesión, pero se desprendió de él al ver que un niño bebía agua de una fuente ahuecando las manos. Para él, la felicidad se lograba reduciendo al mínimo los deseos y necesidades.

Entre los autores que han popularizado en los últimos tiempos la filosofía del «menos es más» están Ryan Nicodemus y Joshua Fields Millburn. En su libro Minimalismo: para una vida con sentido, que tiene su traducción audiovisual a un documental del Netflix, cuentan cómo decidieron dejar de trabajar de sol a sol para comprar lo que no necesitaban. Eso les permitió centrarse en las cosas que realmente importan. Para estos dos amigos íntimos, son la salud, las relaciones personales, las pasiones, el crecimiento personal y la mejora de la sociedad.

En su estudio del modo de vida americano, calcularon que en un hogar de EE.UU. hay de promedio 300.000 objetos, muchos de los cuales no se utilizan jamás. ¿Por qué acumulamos tanto? Para Ryan y Joshua, por una parte, está la insatisfacción permanente del ser humano y, por otra, los 5000 anuncios que, según las estimaciones, vemos al día desde que nacemos.

Y lo peor de todo es que nada de eso nos hace felices. En palabras de estos autores: «Ama a la gente y usa las cosas, porque lo contrario nunca funciona».

Claves para la felicidad minimalista 

El minimalismo, sin embargo, no se limita a los objetos físicos. Tiene también que ver con el tiempo. Y en nuestra era actual, el tiempo se nos va —muchas veces sin quererlo— a través de las redes sociales.

¿Cómo podemos ser minimalistas con estas herramientas diseñadas, en principio, para facilitarnos la vida? Se me ocurren al menos tres medidas prácticas:

  1. Establecer un horario fijo de desconexión diaria. Por ejemplo, a partir de la hora de cenar y, al menos, dos horas antes de acostarnos.
  2. Hacer dieta digital un día por semana. Nos sentiremos mucho mejor y ganaremos tiempo para muchas otras cosas de valor.
  3. Desactivar de nuestro smartphone las notificaciones no imprescindibles, es decir, las que son estrictamente de trabajo o para comunicarnos con los seres queridos.

Si reducimos nuestras posesiones, compromisos y focos de distracción, ganaremos tiempo, dinero, energía y atención para las cosas verdaderamente importantes en la vida.